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lunes, 7 de diciembre de 2015

Carta de despedida para mis alumnos del Senati Surquillo

He tenido el gusto y a veces el disgusto de dar clases desde hace 27 años, lo que en realidad es poco en comparación con muchos de los que seguimos este camino. En el rumbo de nuestra historia están los momentos felices en los que sientes el cariño, la admiración y el agradecimiento de tus estudiantes; otras veces la soledad que te da el estar parado frente al pizarrón con las miradas de otros veinte frente a ti. Esta profesión es una montaña rusa de emociones... Pocas veces, sin embargo, contamos la historia de las despedidas. He visto pasar muchas generaciones frente a mí, la primera a la que le di clases es ahora un grupo de prestigiosos electrónicos, también tengo ya colegas Ing. Electrónicos, de los que espero haber podido dejar aunque sea una minúscula huella... Uno recuerda siempre con cariño a cada uno de los que alguna vez estuvieron sentados en su pupitre levantando la mano o haciéndonos enojar. La verdad es que nunca me gustaron las despedidas, menos aun de las de mis alumnos, he invertido tanto tiempo, energía, dedicación, amor y desvelos para guiarlos en sus caminos, que cuando llega la hora del adiós, siempre se queda un pedacito de mi corazón vacío; claro que siempre llegan caras nuevas a reponer el sentimiento y también es satisfactorio encontrarlos de vez en cuando y saber que de algún modo he sembrado alguna semilla. Todas las generaciones son especiales, pero siempre hay alguna con la que uno se identifica más, a veces se establece una conexión invisible, nuevos hilos se tejen desde nuestro centro energético y saben que, aun cuando ya no veas a esas personas todos los días, seguirán estando siempre en tu corazón. Cada vez que tengo que decir adiós a un grupo de alumnos, me invade la nostalgia y recuerdo mis últimos días de estudiante en la universidad, me imagino cómo sus vidas cambiarán, hacia dónde viajarán; ellos no tienen ni idea de todo lo que les espera, y se me inunda el alma con lágrimas. Esta vez, tengo que decir adiós a un grupo de alumnos nuevamente, y creo que nunca me había sentido tan conmovido por la despedida como esta vez. Este grupo especial de alumnos del 2015-20, no tienen tanto que agradecerme a mí, como yo a ellos. Desde el primer día que me paré frente a la clase descubrí personalidades maravillosas, alumnos llenos de curiosidad, que me hacían esforzarme aún más por ser el mejor maestro posible, forzaron mi creatividad y me enseñaron que no hay que poner una línea invisible entre los corazones de las almas que se tocan. Me imagino el primer día de clases del próximo curso de digitales sin su saludo de los buenos días y se me llenan los ojos de melancolía... Sin embargo, así es como debe ser, me alegra también saber que estos jóvenes pronto estarán cosechando triunfos en el mundo y mi corazón se llena de esperanza y tranquilidad, por que estoy seguro que sus aportaciones a la vida serán muy útiles para la realidad a veces tan dura que nos toca vivir. Cada uno de ellos ha traído a mi vida una gran dosis de sentimientos, unos me han enseñado que la tenacidad tiene frutos, otros que la vida no se acaba por más pérdidas que uno pueda enfrentar, que ni las enfermedades ni los abandonos son motivos para rendirse, que siempre vale la pena tener una sonrisa que regalar, uno nunca sabe a quién le puede iluminar un día nublado. Se termina este ciclo de cinco meses, y me dejan lleno de orgullo y de aprendizajes. Hoy quiero agradecerles por su colaboración incondicional, por el deseo de aprender y buen humor con el que colmaron mis días, porque en los momentos difíciles de mi salud, fueron ellos con sus bromas y sus saludos los que aligeraron mis mañanas pesadas. Espero de verdad haber podido dejarles alguna enseñanza, para retribuirles con algo lo mucho que me han dado... es por generaciones como la suya que los maestros nos levantamos todos los días y luchamos por hacer bien nuestro trabajo, son sus satisfacciones futuras el motor de nuestros desvelos y el ancla de nuestras neurosis. Sería muy presuntuoso, por no decir irreal el atribuirnos como sus profesores algunos de sus triunfos, porque en realidad sólo hemos sido unos compañeros en un pedacito del camino, ustedes mismos con su madurez y las experiencias que han transitado, se han cosido las alas y hoy están listos para volar muy lejos. Algún día, estoy seguro, nuestros caminos se volverán a encontrar y recordaremos con alegría todos los momentos que compartimos, todas esas anécdotas de nuestra construcción como personas, porque no sólo se construyeron ellos, también construyeron con su presencia parte de quien ahora soy.
 Gracias por todo