Esta es la semana del amor llevado hasta el extremo. Son días para acompañar a Nuestro Señor, para meditar en sus sufrimientos, que expían el pecado de cada uno; para recordar que sólo podemos vencer el mal con el bien; es la oportunidad para comprender que el amor es entregarse a sí mismo, como Jesús.
Contemplemos los dolores que nuestro Redentor tuvo que soportar en su Pasión. Volvamos la mirada a la prueba de amor que es la cruz. Fijemos la vista en los brazos de Cristo que se abren para recibirnos. Acerquémonos a su costado traspasado, para llenar nuestro corazón sediento de amor. ¿Podemos permanecer indiferentes ante la muerte de un Dios? ¿Es posible seguir siendo los mismos? Dejemos que nos interpele la agonía de Cristo en la cruz. Abrámosle, de una vez por todas, el corazón.
Leamos en estos días, con particular fervor el Evangelio, démonos tiempo para el silencio y la reflexión personal, para confesarnos, para visitar a Cristo en el Sagrario, y hablar con Él personalmente ahí. Pidámosle luz al Espíritu Santo para aprender todas las lecciones que Jesús nos quiere dar. Invitemos a otros a las celebraciones litúrgicas. Arrastremos a muchos hacia Jesús, persuadidos de que conocerlo es el mejor regalo.
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